Vuelvo a la sala a la que volví a teatro. Tras una ruptura. En la que me reencontré con un usuario incomodo. En la que encontré a Sofía. Y queda poco para que la locura de Alejandro quede en evidencia. Será el miércoles. Futuro. "Aquí y ahora" estoy tecleando este post. El otro día me dijeron que "tienes mucha facilidad para activar el piloto automático sin ser consciente". Y en mi pequeña inmersión en coaching, aprendo que "menos es más". Por otro lado, hay una nueva foto en casa. Tengo que mirarla, no sólo verla. Y tengo permiso para quitarla. Mientras, me pierdo con Montse por un desconocido Poble Sec y hablamos de los revival en mi WhatsApp. Investigamos dónde está San Antonio de Padua. Y resulta que hay iglesia y parroquia. Como soy ateo, desconozco la diferencia. La parroquia está en una calle que, aunque jamás he pisado, me suena conocida. El San Antonio de Padua turinés sólo se ha portado con una de los "Café con hielo y limón". Y ya comenzó junio. El tiempo que se diluye. Se aproximan las vacaciones. Bueno, más bien se aproxima el pensar a dónde ir. Pero esta tarde me voy de reencuentro, tras esa cena en marzo. Pero falta una. Mariajo hace una semana que volvió a nuestra tierra. Por cierto, ayer me confirmaban que, cada año, Barcelona tiene una población flotante de 200.000 personas.
Se llama Samiramis y lee las cartas en un bar de la calle de Ávila, cerca de las calles de prostitución del zaragozano barrio de Salamanca. El local, cutre, intenta reflejar un aire sirio que no va más allá de los dulces colocados en una vitrina, y de una pegatina con el nombre del país, cuyas letras están pintadas con los colores de la bandera. Es sábado por la mañana y la futuróloga tiene poca clientela. Mientras se espera, se pide en la barra algo para tomar, y se coge la vez. “La última es esa señora”, dice la camarera, muy maquillada, con jersey de cuello alto y foulard con estampado de leopardo, y gorro de lana en la cabeza. Samiramis es muy conocida en la ciudad, y frente a ella, y gracias al boca a boca, se sienta un público variopinto que ansía saber qué va a ocurrir en sus vidas. Pasados unos minutos, una amiga y yo estamos ya frente a la silla de la adivinadora. Por cierto, a punto de irnos. Son los nervios del momento. Observamos un cartel que prohíbe comer chicle, y otro q
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