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Mostrando entradas de noviembre, 2014

Pequeños secretos

Lo supimos años después. Aquel viaje a Londres no fue turístico. Mónica viajó a una clínica para desprenderse de un proyecto para el que no estaba preparada.   La vorágine profesional me sitúa en un nuevo proyecto. Pero no es mi momento. Estoy agotado. Necesito un trabajo que no me haga estar conectado con la parte menos amable de la vida. Nadie sabe que algún día vaya a plantear mi excedencia. Un paréntesis no se sabe si para regresar o no.   Siempre se lo habían ocultado. Ella, siempre lo sospechó. Las noticias sobre bebés robados la pusieron en alerta. Las fechas coincidían. Sentía cada vez más evidente que sus padres se habían ido a la tumba con un secreto; el de su adopción.   Eran la familia que la sociedad marca como ideal. Una pareja joven, supuestamente enamorada, con dos niños y bien posicionados económicamente. Sin embargo, él llevaba una doble vida. Era gay.

Sin techo, sense sostre, homeless...

Tras amanecer, desayuna café acompañado de crujientes tostadas mientras él se lleva a la boca un mendrugo del día anterior. Mientras ventila su habitación y estira su nórdico de Ikea, él salvaguarda en un rincón del cajero sus viejos cartones que utiliza como catre. Pasa la mañana conectado a Internet. Él, si lee algo, será el diario gratuito que reparten a la boca del metro. Después, queda a almorzar en el restaurante de moda del barrio, a la vez que él hace cola en el comedor social. Por la tarde, disfruta de la oferta cultural barcelonesa. Él, deambula sin rumbo como si fuera invisible ante el gentío. Oscurece. Ducha relajante con gel aroma a coco, cena ligera y película en pantalla de plasma. Su vecino, con el estómago ya casi vacío, se enfrenta a otra noche a la intemperie bajo la hostilidad de la calle. Dos vidas cercanas en espacio y tiempo, pero demasiado opuestas. Ignorados, principalmente, por quien observa amanecer bajo un techo que le proporciona dignidad pero que, tal vez

Botón excedencia

Siento necesidad de parar. De tener tiempo. No sé muy bien para qué. De hecho, llevo mal no ocuparlo. Pienso que se escapa. Que las agujas del reloj no descansan. Que el tiempo es nuestro peor enemigo. Pero tenemos que soportarnos. Lo alimento. Lo cebo cada día hasta tener una agenda colapsada. Tiempo de trabajo, principalmente, y tiempo de ocio poco improvisado. Todo planificado. Consecuencia de la vorágine diaria. De un día a día de consumo rápido que pide más. Mi necesidad de parar lucha contra mi incapacidad de pisar freno. Por suerte, mañana es viernes. Pero llega el lunes. Y vuelta a empezar. Las semanas giran como la noria del recinto ferial. Pero, ¿y si pulso un botón llamado excedencia?

Macario

A pesar de mi aspecto, no cumplo años. Soy Macario, un muñeco de trapo que resulta familiar. Y no, no tengo nada que ver con aquel al que un famoso ventrílocuo metía mano en televisión. Mi boina, mis cuatro pelos, mis ojos saltones, mi enorme nariz y mi gran sonrisa son mi carta de presentación. Soy "achuchable", aunque hace años haya pasado al olvido de los juegos infantiles y permanezca sentado en el frío suelo de una habitación. Un cuarto en el que pasan las horas, pero en el que no pasa nada. Siempre he vivido en Zaragoza. Tiempo atrás, hice miles de kilómetros. Estaba allí donde iba aquel niño al que, con dos años, llegué a su vida. Creo que fui un regalo de Reyes. Por suerte, sobrevivo. Aunque sea una supervivencia invisible. Él viene de vez en cuando. No me habla. Pero sé que me quiere. Sé que jamás acabaré reciclado en un mercadillo callejero. Aquel niño fue haciéndose mayor. Y dejó de necesitarme. Pienso que fui el hermano que nunca tuvo. Él, cada día, intenta diseñ