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Inexplicable

Algo que ni tú mismo entiendes es inexplicable para otros. Y es que, a veces, ocurren cosas que rozan el delirio y cuya coherencia es utopía. Dichas cosas, pueden resultar surrealistas, curiosas y hacen que a otros, por divertidas, nunca se les defraude. Pero quien lo sufre, quien es protagonista, no lo pasa bien. Aunque juegue con fuego y, obviamente, se queme. Tampoco hay nada objetivable en su comportamiento. Ni nada que haya que juzgar. Ante una misma situación, cada uno de nosotros reaccionaría de manera diferente. Incluso esas cosas que rozan el delirio y cuya coherencia es utopía, son así porque los implicados se encuentran en tempos distintos, con puntos de vista díficiles de consensuar. Y pueden pasar meses, incluso años, sin que dichos tempos vayan al unísono, y sólo suenen repitiendo, a modo de disco rayado, el mismo contenido. Pero, si cabe, aún más loco. Porque todo cambia, también los proyectos de vida. De hecho, la vida, como los huevos de chocolate, da sorpresas...aunque de diferente tipo. Algunas suponen barreras, implican el concepto "para siempre" y hacen que el mundo se torne marrón. Eso sí, sin doble ración de realidad común. Porque compartir realidades cuando separan tantas cosas es díficil. Aunque lo poco que se comparta sea tan intenso que suponga un enganche irracional, del que se desee un poquito más.


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Se llama Samiramis y lee las cartas en un bar de la calle de Ávila, cerca de las calles de prostitución del zaragozano barrio de Salamanca. El local, cutre, intenta reflejar un aire sirio que no va más allá de los dulces colocados en una vitrina, y de una pegatina con el nombre del país, cuyas letras están pintadas con los colores de la bandera. Es sábado por la mañana y la futuróloga tiene poca clientela. Mientras se espera, se pide en la barra algo para tomar, y se coge la vez. “La última es esa señora”, dice la camarera, muy maquillada, con jersey de cuello alto y foulard con estampado de leopardo, y gorro de lana en la cabeza. Samiramis es muy conocida en la ciudad, y frente a ella, y gracias al boca a boca, se sienta un público variopinto que ansía saber qué va a ocurrir en sus vidas. Pasados unos minutos, una amiga y yo estamos ya frente a la silla de la adivinadora. Por cierto, a punto de irnos. Son los nervios del momento. Observamos un cartel que prohíbe comer chicle, y otro q

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